Los jóvenes castreños están muy preocupados por lo que comen. Este
cambio en los hábitos de consumo en los que involucran a sus padres a
los que acompañan a comprar en el supermercado, se debe a una
iniciativa del área de Juventud del Ayuntamiento de Castro Urdiales que
se ha desarrollado en los institutos Zapatero Domínguez y Ataúlfo
Argenta. A través del taller 'Me lo como todo', los estudiantes han
conocido los peligros que esconden los más de 300 aditivos autorizados
(conservantes, colorantes, edulcorantes, antioxidantes, emulgentes y
acidulantes) que están presentes en la mayor parte de los alimentos que
consumimos.
Esta iniciativa se ha desarrollado recientemente en dos institutos
castreños y está previsto que en el plazo de unas semanas el taller se
imparta en el colegio Menéndez Pelayo. Nina Pérez, Cristina Sánchez y
Anna Villanueva, educadoras de la empresa Tritón y responsables del
taller, desconocían la trascendencia que iban a tener sus enseñanzas y
cómo éstas iban a cambiar la manera de hacer la compra. Ahora, son los
padres quienes paran a las monitoras por la calle y les preguntan sobre
el tema. En otras ocasiones, les recriminan: «Buena la habéis armado.
Ahora, tengo que mirar todas las etiquetas».
Dolor de cabeza,
rigidez en el cuello, voracidad e incluso cáncer, son algunos de los
efectos secundarios de los aditivos alimentarios que consumimos a
diario. Cristina Sánchez explica que en los talleres «se trata de
enseñar a los jóvenes a leer las etiquetas para no consumir en exceso
ningún aditivo. Lo curioso es que el peligro no sólo está en los
aditivos artificiales, si no también los naturales como la cochinilla
que se emplea para dar color fresa a los yogures y produce intolerancia
o efectos adversos».
Lo que no sabían las monitoras es que sus
consejos iban a repercutir también en los padres. «No comas eso», les
aconsejan sus hijos que han tomado las riendas en la curiosa
contabilidad de cuantos aditivos y en que dosis ha de consumirlos la
familia.
Tras asistir al taller, son muchos los estudiantes de
secundaria que se preguntan, «¿Cómo pueden vender esas cosas si hacen
daño a la salud?». Son las responsables del taller quienes les han
explicado que aunque su consumo está autorizado, «hay que tener cuidado
de la cantidad que consumimos y tener conciencia de que crean
adicción».
El más conocido de los aditivos, es el potenciador
del sabor: el glutamato monosodico (E-631), una sustancia que puede
provocar jaqueca y rigidez de cuello y, aunque en un primer momento
sacia, más tarde provoca voracidad que puede derivar en bulimia u
obesidad.
La falta de tiempo para cocinar y comer siempre
alimentos precocinados puede, si no se leen las etiquetas, llevar a un
exceso en el consumo de potenciadores del sabor.
Después de
asistir al taller y tener conocimiento de todos estos aspectos
relacionados con la alimentación, los estudiantes se preguntan «Si la
bollería y las patatas fritas producen todos esos efectos si lo comemos
en exceso, ¿qué podemos comer?» . La respuesta de los monitores es
sencilla: «Lo mejor, las rosquillas de la abuela». A esta respuesta una
alumna replicó: «Ya, pero es que las abuelas ya no hacen rosquillas».
Extraído de: eldiariomontanes.es