jueves. 25.04.2024

Da lo mismo desde qué punto se la mire: desde el extremo del rompeolas, desde el Peñón de Santa Ana, desde la Plazuela, desde el Muelle de Eguilior, desde el Muelle de Don Luis, desde la Punta de Cotolino, desde las aguas del Cantábrico... Sea cuál sea su perspectiva, los castreños siempre tienen la oportunidad de disfrutar de la imagen que representa su joya más preciada: la Iglesia de Santa María de la Asunción. Ella misma es verdaderamente hermosa, pero acrecienta su belleza al añadir a su silueta las del castillo y el faro castreños. Iglesia, castillo y faro forman un todo, y constituye la tarjeta de visita más característica de Castro Urdiales. Uno y trino, como en el misterio de la Santísima Trinidad.

Elevada, imponente, elegante y majestuosa, la imagen de la Iglesia de Santa María de la Asunción lleva ocho siglos incorporada a la retina de los castreños, y de muchos otros cántabros. Quizá por ello, y por sus especiales características arquitectónicas, fue seleccionada esta misma primavera entre las diez 'Joyas de Cantabria', con ocasión del certamen promovido por el multimedia de EL DIARIO MONTAÑÉS, con la colaboración de E.ON España y el Aula de Patrimonio de la Universidad de Cantabria.

Entre las mejores

Su candidatura obtuvo 3.028 votos. Fueron 800 adhesiones menos que las que recibió el conjunto histórico de Bárcena Mayor -el más votado- y 16 más que las registradas por las Cuevas de Altamira. En todo caso, Santa María de la Asunción fue seleccionada por los internautas como una de las diez 'Joyas de Cantabria'. Por algo habrá sido. Llama la atención, al acceder al interior de la iglesia, la existencia de cuatro enormes arcos que, a modo de travesaños, atraviesan de lado a lado la nave central. La iglesia fue erigida en el siglo XIII y los arcos en el XVI. «Si no los llegan a colocar, la iglesia se hubiera caído», explica Ibon Álvarez, que desde hace media docena de años se ocupa de las visitas guiadas al interior de Santa María.

Él recibe a los turistas, constituye el grupo y lo guía durante quince o veinte minutos por las estancias interiores, con toda suerte de explicaciones. Lo hace de manera gratuita, lo que no impide que, quien lo desee, pueda dejar un donativo para el mantenimiento del lugar. Ibon atiende las visitas durante el verano y seguirá haciéndolo también en los meses de invierno, gracias a un convenio suscrito para tal fin entre el Ayuntamiento de Castro Urdiales y el Obispado de Santander.

Su primera explicación, prácticamente bajo el pórtico, se refiere a las fechas en que fue construída la iglesia, y al contexto histórico en el que se produjo. «La iglesia es de estilo gótico, y se está construyendo ya en el año 1208», afirma Ibon. En efecto, fue por esos años cuando Alfonso VIII, el rey castellano, concedió numerosos privilegios y fueros en la zona con el fin de repoblar las localidades costeras y relanzar la actividad comercial en los puertos del Cantábrico. Castro Urdiales, que ya en tiempos de los romanos había sido un importante emplazamiento -lo recuerda una estatuta de Tito Flavio Vespasiano, ubicada frente a la puerta misma de la iglesia-, también se benefició de esas políticas de los monarcas de Castilla.

Sí. La iglesia es de estilo gótico «y es una de las más importantes de toda la cornisa cantábrica». Imitó, como otras, el estilo constructivo imperante en la época en la Normandía francesa, mil kilómetros más al norte.

Allí se conservan siete u ocho templos de gran valor. Aquí, uno de los más valiosos es el de Castro Urdiales. Aquí, comenzaron a erigirse bajo el reinado de Alfonso VIII. Allí, en tiempos de Ricardo Corazón de León, que además de rey de Inglaterra por espacio de una década (1189-1199), fue duque de Normandía por su pertenencia a la dinastía Plantagenet. Sir Walter Scot recuerda cómo en aquellos tiempos, los reyes ingleses tenían un pié en la isla y el otro en el continente.

Hecha esta observación de carácter temporal, la primera de las grandes conclusiones de la visita tiene que ver con la estructura del templo. «Los arcos se colocaron 300 años más tarde porque la iglesia quedó inacabada y corría el riesgo de derrumbarse», explica Ibon. La falta de arbotantes para descargar el peso dio lugar a que cedieran los muros y entonces, ante el riesgo de derrumbe, se optó por esta solución constructiva que tanto llama la atención al visitante.

Dicen que estropea la perspectiva interior de templo y que limita la sensación de altura, pero lo cierto es que también le otorga un cierto encanto y, desde luego, muchísima originalidad. Ahora que se ha redactado un plan director para supersivar los trabajos de rehabilitación, se ha contemplado la posibilidad de eliminar los cuatro arcos centrales. Sin embargo, la mayoría de los especialistas son partidarios de mantenerlos y eso es lo que, con toda probabilidad, sucederá.

Los arcos ocupan la nave central, pero es en la parte izquierda donde mejor se observa cómo los muros fueron cediendo con el paso del tiempo, durante los primeros 300 años de vida del edificio. «Trazando una línea recta desde la parte superior hasta la parte inferior, se aprecian diferencia de hasta 90 centímetros de desplazamiento», asegura Ibon. Estas dos primeras perspectivas, la de la nave central desde la entrada y la de la nave lateral izquierda, resultan imprescindibles para comprender todo el conjunto.

Capillas y deambulatorio

A partir de ahí, comienza el recorrido por las distintas capillas, haciendo un recorrido por el templo en el mismo sentido de las agujas del reloj. La mayoría de estas capillas no fueron abiertas en el siglo XIII, ni en el XVI, sino en fechas bastante recientes.

La primera de ellas es la Capilla de San José, de finales del siglo XIX, que fue diseñada por el arquitecto castreño Eladio Laredo en estilo neoclásico. Éste redactó y dirigió el proyecto antes de licenciarse, cuando todavía era un simple estudiante.

Desde ella se accede a la girola o deambulatorio, que bordea el altar mayor del templo en sentido circular, de extremo a extremo. Este elemento no es propio de todas las iglesias, como sí lo son, en cambio, las naves, los cruceros o el ábside. Sin embargo, es muy común en las construcciones levantadas en el recorrido del Camino de Santiago, como es el caso de Santa María de la Asunción. Permitían a los peregrinos recorrer el interior del templo, y orar en sus capillas, independientemente de que en la zona central se estuvieran celebrando oficios religiosos.

La mismísima Catedral de Santiago, en Compostela, es un buen ejemplo de ello. Allí, los peregrinos pueden venerar al Apóstol o visitar su sepulcro, sin interferir en absoluto en la celebración de la misa.

Superada la Capilla de San José, aparecen una serie de lápidas. «En la Edad Media existía la creencia de que, cuanto más cerca estuvieras enterrado del altar, más cerca estabas de Dios». Una de esas lápidas corresponde a un mercader castreño, Martín Fernández, enterrado con su mujer y sus hijos. Debía tener algún valor excepcional, porque de Castro Urdiales fue llevada al Museo Arqueológico Nacional.

Imponente, en piedra

Luego está la capilla del Cristo de la Victoria, en la que destaca una obra del siglo XVII esculpida en el taller de Gregorio Fernández. Tiene un gran valor artístico, pero no tanto como la imagen de Santa María situada en la capilla central, ubicada en la parte inmediatamente posterior al altar mayor.

Verdaderamente, esta imagen es imponente y magnífica. Se trata de un único bloque entero de piedra policromada y resulta hermosísima, por sí misma y por el lugar que ocupa en el interior del templo, en una capilla saturada de luz. Fue instalada allí con motivo de la inauguración del templo, pero desapareció en la Guerra de la Independencia contra los franceses. En 1955, 140 años después, la encontraron unos niños jugando al balón. Fue ubicada en su lugar original, pero se mantuvo la advocación hacia la imagen de Santa María de la Asunción que a comienzos del siglo XIX se eligió para sustituirla. En la actualidad, aquella imagen preside la iglesia y esta, más liviana, se utiliza para la procesión de las velillas que cada 14 de agosto, por la noche, tiene lugar por las calles del casco histórico castreño.

No se acaba ahí el recorrido por las capillas. Todavía queda la visita a la del Cristo de la Agonía, donde puede observarse un lienzo de Zurbarán, y otra contigua en la que se veneran imágenes de la Virgen de Luján, la Virgen del Pilar, Santa Ana y San Pelayo. La presencia de las dos primeras no está muy clara. La de los segundos, sí.

Santa Ana y San Pelayo

Santa Ana se sacaba en procesión, cada 26 de julio, hasta una ermita hermosísima situada sobre el peñón del mismo nombre, hasta donde las castreñas se acercaban a rezar en las noches de galerna, mientras divisaban los accesos al puerto.

San Pelayo, por su parte, es el patrón de Castro. Ni más, ni menos. Dice la Jota del Regateo: «Valientes y robustos, son los contrarios/por eso el vencimiento, será más alto/bravo marino, bravo marino/Santa Ana y San Pelayo, vayan contigo». Se compuso en 1861, cuando una trainera de Castro se impuso a otras de Vizcaya y Cantabria en la bahía de Santander, en presencia de Isabel II. Es la regata más antigua de la que existe constancia en Cantabria.

No queda mucho más por ver. Sólo otra capilla y una cabeza esculpida a los pies de una columna, con la que, acaso, el escultor trató de dejar estampada su firma. Y después, otro paseo por el exterior, para contemplar por última vez las bellezas del templo, para divisar su emplazamiento privilegiado y para tomar conciencia de cómo Castro Urdiales, a lo largo de 800 años, ha ido desarrollándose y creciendo alrededor de esta colina que coronan el Faro, el Castillo y la Iglesia de Santa María.

Extraído de: eldiariomontanes.es

Santa María: La joya más preciada de Castro