jueves. 28.03.2024

Mucho antes de que nobles y plebeyos, peregrinos y mendigos, artistas, pícaros y comerciantes fueran al encuentro de Santiago recorriendo el Camino Francés, llamado así en buena parte porque su trazado fue elaborado por los monjes de la abadía benedictina de Cluny que en aquel momento era el más importante centro del cristianismo europeo, la vía más transitada, la que seguía el Campus Stellae o Campo de Estrellas que indicaba la Vía Láctea, era la que bordeaba el mar Cantábrico, la ruta que, con el tiempo, se llamó Camino del Norte, que tenía algunas de sus etapas más destacadas en Cantabria.


En los primeros siglos y tras el descubrimiento de la tumba del Apóstol en 813, apenas estos territorios del norte de la península estaban libres de la dominación de los musulmanes, además, para muchos reyes y nobles de la Europa cristiana de la Edad Media, principales impulsores de la peregrinación, era más fácil y menos peligroso el recorrido a Santiago desde cualquiera de los puertos del Cantábrico a los que podían llegar por mar desde Inglaterra, Flandes, Alemania o Escandinavia.

El itinerario del Norte disfrutó de una gran vitalidad durante décadas, hasta que en los siglos XI-XII los monarcas hispanos potenciaron el Camino Francés como itinerario privilegiado, vertebrando los reinos cristianos del norte peninsular.

Hoy, hacer el Camino de la Costa es disfrutar de uno de los más bellos, atractivos y emocionantes Caminos de Santiago. En su mayor parte discurre entre la montaña y el mar Cantábrico. Las espectaculares vistas, que frecuentemente se pierden en la azul lejanía de las aguas del mar; el intenso verdor de las montañas adornadas con un sinfín de caseríos; las pequeñas aldeas, que parecen sacadas de un cuento; los pueblos y localidades marineras, las hermosas ciudades, la gastronomía y la hospitalidad de sus gentes, convierten este maravilloso Camino en una experiencia inolvidable para el peregrino.

En el Camino del Norte se encuentra un rico patrimonio cultural, histórico y artístico, que ha llevado a los gobiernos de Galicia, Asturias, Cantabria y País Vasco, a solicitar a la Unesco la declaración de este itinerario como Patrimonio de la Humanidad como una ampliación de la declaración que en 1993 otorgó esa consideración al Camino Francés, al que ahora se añadirían los 1.065 kilómetros que suman los Caminos del Norte.

El Camino por Cantabria

El paso de peregrinos por tierras de Cantabria se mantuvo preferentemente a través de los puertos de mar, después de que las grandes guerras europeas interrumpiesen el flujo de peregrinos desde Francia. Así, los puertos de las villas marineras alcanzaron gran importancia: Castro Urdiales, Laredo, Santander y San Vicente de la Barquera que todavía hoy marcan las paradas imprescindibles en el recorrido, a las que se han unido otras localidades de relevancia histórica y monumental, tales como Santoña, Santillana del Mar o Comillas. Aunque la documentación existente es escasa, y los años han borrado o difuminado muchas de las huellas jacobeas, esta ruta cántabra resulta hoy en día una alternativa muy sugerente para quienes busquen un recorrido verde y fresco, no exento de escalas culturales.

Ya desde los primeros tiempos se tapizó la región de ermitas e iglesias dedicadas a Santiago Matamoros, y se levantaron a lo largo de los caminos un gran número de hospitales, normalmente sostenidos por los concejos, donde los peregrinos pudieran encontrar cobijo nocturno, sanar de sus enfermedades o morir para recibir cristiana sepultura.

En este contexto jacobeo, abundan las escondidas y misteriosas iglesias rupestres, las encantadoras prerrománicas, románicas y góticas, así como las espléndidas renacentistas y barrocas, en una gama que abarca desde la humilde ermita, en ocasiones ubicada en lugares increíbles, hasta los hermosos monasterios y colegiatas; las torres medievales y los castillos roqueros, las casonas y los palacios de los siglos modernos, suman un magnífico y recoleto patrimonio que dan sentido y acompañan a los caminos milenarios por donde se iba y se volvía de Santiago de Compostela.

De esta arteria principal salen caminos más secundarios que enlazan con el camino de la Meseta, o Camino Francés, entre los que destaca el camino del Besaya y que sigue en gran parte el primitivo trazado de la calzada romana. Une las villas de Santander y Santillana con Aguilar de Campoo, donde se bifurca hacia Burgos o Palencia. Todo él está jalonado de pequeñas iglesias y colegiatas románicas. Se une con el Camino Francés en Carrión de los Condes. Desde las otras villas también nacen caminos que llevan al Francés y siempre se han creado ramales que se acercan hasta Santo Toribio de Liébana para gozar de las indulgencias que otorga la visita del monasterio, ubicado en un entorno natural impresionante y en el que se guarda y se venera el trozo más grande de la cruz donde Cristo murió. Liébana, junto con Santiago, Roma y Jerusalén son los principales centro de peregrinación jubilar.

Paisaje e historia

"Cantabria -recordaba recientemente su Consejero de Cultura, Turismo y Deporte, Francisco Javier López Marcano- atesora un patrimonio paisajístico e histórico único. Esta combinación de cultura y naturaleza acompaña al peregrino que se adentra en esta tierra de acogida guiado por motivos espirituales o por la sencilla y hermosa devoción de descubrir sendas de pluralidad y cultura. Descubrir la encrucijada de caminos que despliega la geografía cántabra supone encontrar un paisaje único, cargado de arte, patrimonio histórico, naturaleza en estado puro, sorpresas gastronómicas e historias humanas".

"Historias como las que han forjado a lo largo de los siglos los caminantes y peregrinos que han recorrido las sendas del Camino de Santiago por la costa y los que descubren la grandeza del Camino Lebaniego hacia Santo Toribio de Liébana. Ambas rutas representan el nexo de Cantabria con los Caminos de Europa, símbolos de cultura y concordia".

Desde Castro Urdiales a San Vicente de la Barquera, el viajero descubrirá grandes tesoros, empezando en el propio Castro con su Puebla Vieja y el castillo y la iglesia gótica de La Asunción o la Puebla Nueva, declarada Conjunto Histórico Artístico. En la cercana Santoña, además de saborear las afamadísimas conservas de anchoas y bonito y apreciarr el lugar natal de Juan de la Cosa, vale la pena una visita a la iglesia de Sta. María del Puerto (s. XIII-XVI). Y no muy lejos está la capital, Santander, donde es imprescindible conocer la Catedral e iglesia del Santo Cristo (s. XVIII).

Antiguamente tenían un papel fundamental los pasos de barca para que los viajeros pudieran transitar por las rutas cántabras paralelas a la costa. La desembocadura del Pas se cruzaba por la barca de Mogro, y la de los ríos Saja y Besaya, por la de Santo Domingo. Ambas eran mantenidas por los vecinos y gratuitas para los peregrinos.

Tras cruzar Suances, el Portus Blendium de los romanos y hoy uno de los más importantes centros vacacionales de Cantabria, se llega a Santillana del Mar, visita obligada en cualquier recorrido por Cantabra y uno de los pueblos más bellos de España. Su casco urbano se conserva exactamente igual que hace trescientos años. Fue una importante capital histórica y conserva palacios y casas bellísimas de las familias nobles más significativas. Casi todas sus calles empedradas conducen a la colegiata de Santa Juliana (s. XII), nudo en el que se encuentran las dos principales rutas jacobeas por Cantabria.

Al salir de Santillana, uno se encuentra de nuevo en plena naturaleza, en un camino que se acerca enseguida a la costa y las playas. En dirección a Comillas la ruta discurre por amplias praderías tradicionalmente agrícolas y ganaderas, en un contorno de colinas suaves. Una de las más hermosas etapas del camino es la que discurre a través del Parque Natural de Oyambre, un paseo por un paisaje protegido que sin duda no hacían los antiguos peregrinos, pero que alegrará al viajero de hoy.

Tras visitar Comillas y su conjunto histórico que incluye el palacio de Sobrellano, el Capricho de Gaudí y la Universidad Pontificia, el final del camino de la costa en Cantabria es San Vicente de la Barquera adonde se entra por el puente de la Maza, de 32 arcos, considerado en su día el más largo del reino. La imagen más difundida de San Vicente de la Barquera es la de la silueta de su castillo y su iglesia medieval recortada sobre las blancas nieves de los Picos de Europa, mientras una barca de pescadores faena en las tranquilas aguas de su ría. Esa imagen, en buena parte, es la que ha dado pie al inspirado eslogan "Cantabria infinita".

En el patrimonio arquitectónico de San Vicente de la Barquera destaca su Puebla Alta, declarada Conjunto Histórico Artístico, y entre cuyos edificios más significativos se encuentra el castillo del s XIV, uno de los pocos que se conservan en la cornisa cantábrica, la iglesia de Santa María de los Ángeles, de estilo gótico, el hospital de la Concepción o la casa del inquisidor -actual ayuntamiento -. Muchos de los edificios antiguos de San Vicente de la Barquera fueron construidos para acoger a los peregrinos que hacían el Camino de Santiago por la costa.

El peregrino o el viajero que recorra Cantabria encontrarán una cuidada y adecuada red de más de 20 albergues y numerosas casas rurales en las que descansar y reponer fuerzas disfrutando con la bien acreditada gastronomía cántabra. Y a su paso descubrirá una tierra que, desde el hombre de Altamira a nuestros días, se caracteriza por su hospitalidad y por su vocación como lugar de encuentro de culturas.

Fuente: noticiascadadia.com


El Camino a Santiago pasa por Cantabria